Rafael Greco: Avenida Diez
Economista (1987). Blogger desde el 2000. Beer enthusiast. Music lover.
Rafael Greco es un saxofonista, compositor, arreglista, cantante y multi-instrumentista que ha desarrollado buena parte de su carrera musical con Guaco, la súper banda de Venezuela.
A continuación compartimos su relato sobre el tema «Avenida Diez«, incluido en su álbum «Dice que vive (signs of life)«:
En mi mente, la calle 67 de Maracaibo era como una tira de regaliz atravesada por muchas barras de chocolate oscuro.
El lugar donde crecí, pues alguna vez tuve que ser bajo de estatura -aunque no lo recuerde-era una de esas barras, especialmente cuando llovía; se derretía, anegando estacionamientos, patios, y porches transformándose en un despiadado río que arrastraba carros como si fueran hojas de papel carbón.Punto particular, digamos que un bello lunar en una de las mejillas de la avenida diez fue la casa Wank, flanqueada del lado derecho por un depósito de licores y del lado izquierdo por una casa de citas. Las molestias que estos negocios provocaban en casa no eran mínimas. No pocas veces tuve que reclamar con educación a la “madama” que los carros de sus clientes obstruían los portones de la casa. Algunos sábados mi madre, ya desesperada llamaba a la PTJ para que pusiera orden. Los agentes acudían; los veíamos entrar al burdel, pero tardaban hasta una hora en salir y la situación nunca se compuso. Después de tantas guerras un día vi sentada en la cocina a la “madama” tomando café, aguantando un aburridísimo e inútil monólogo evangelizador de mi madre.
Puertas y ventanas abiertas; risas y amores para regalar distinguían el cuerpo de la casa. Nadie resistía la tentación de estar allí…hasta para robar o para averiguar y ver dónde quedaba el corazón imantado que generaba o atraía tanto bien y tantas locuras.
En el patio trasero vivía un hombre feo. No pretendo hacer creer que todos los que habitaban allí, que los que entraban y salían eran lindos. Es que el hombre era feo, un ser tan horripilante que no daba ni lástima, simplemente era feo. De día moraba en el patio posterior, peinando a ratas descomunales con sus garras antes de comérselas vivas. De noche se escondía entre los jazmines del jardín delantero para asustar a los transeúntes saltando de golpe y diciendo con voz de borracho: ¡Dios míííooo! El perro guardián de la casa lo ayudaba sacando su hocico por la cerca. Llegaron a conformar un excelente dúo de seguridad que nos blindaba de todo maleficio. A veces, de un solo jalón, les quitaban el periódico a las personas que lo traían debajo del brazo; eso lo agradecíamos porque manoseábamos el acontecer regional o nacional hasta llevarnos alguna noticia tatuada, literalmente, en los dedos.
De pequeño, yo jugaba con frecuencia en el taller de costura de mi madre. Mi espacio favorito era una caja repleta de telas que ella mantenía debajo de la mesa de corte. Entre jirones, como si fueran sargazos, me sumergía para imaginar otros mundos. Mis ojos salían a flote de vez en cuando y no fueron pocos los senos desnudos que vi, hasta cogí picones de alto calibre que aún me hacen sonreír.
Las historias son muchas, no podría ventilarlas todas aquí…
Recientemente me he dedicado a revisar y pulir las partituras de mi disco “Dice que vive (signs of life).
Esta semana comencé a trabajar en la canción “Avenida Diez”. Podrán imaginar el torbellino de recuerdos y las veces que he tenido que detenerme para reír a carcajadas o para llorar desconsoladamente.
Aquí se las dejo, si vuestra paciencia es tan bondadosa como para ir más allá de los treinta segundos a los que los tiempos actuales encarcelan el arte de la música.
¡Pasen, bienvenidos!
Rafael Greco