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Una dulce guerra: catalinas versus polvorosas

Una dulce guerra: catalinas versus polvorosas

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Revisamos el origen y particularidades de estas dos estrellas de nuestro recetario venezolano con catalinas y polvorosas.

Desde los primeros viajes de las religiosas evangelizadoras hasta en un recóndito pueblo del estado Cojedes, se han ido formando relatos que quedan para el futuro; y que o bien los traemos de vuelta a la memoria de quien desee nutrirse o quedarán tan solo como eso, bellas historias que forman parte de nuestra cotidianidad y consumimos en pequeños bocados con sabor a historia.

Comenzamos un viaje por Latinoamérica de la mano de las religiosas, quienes tuvieron la labor de dar los primeros pasos para evangelizar y aportar enseñanzas a las tribus indígenas; pobladores del nuevo continente. En este proceso recorrieron casi en su totalidad y se esparcieron por toda la región desde México hasta Puerto Rico, pasando por Venezuela entre una de sus asentamientos en conventos de clausura.

Con ellas no solo llegaron los saberes de la cocina, grandes pioneras estas en esas labores; sino que también ayudaron a los locales en los saberes como agricultura, jardinería, entre otros. Protectoras de sus recetas, era muy difícil conocer todos los secretos que en aquellas paredes se escondían. Sin embargo, una receta logró traspasar los muros, tanto así que hoy día la podemos encontrar desde panaderías hasta como un dulce clave en mesas o reuniones entre amigos y familiares. La polvorosa, galleta arenosa, que deshace en el paladar con un toque salado y la canela aportando un balance de sensaciones únicas, por lo cual siguen siendo las favoritas entre venezolanos.

Para la época, el uso predominante de la grasa del cochino para la repostería o comida en general, como la manteca de cochino era habitual; por ello y aunque se piense lo contrario hasta bien entrada las últimas décadas del XX es cuando vemos el uso de la manteca vegetal en la receta ocasionado por la fabricación masiva de la industria y los avances tecnológicos.

Trasladándonos a la capital de Cojedes específicamente en una época mas contemporánea, viene a su puesta una historia un tanto particular. El uso de términos varía según la connotación que los eufemismos locales les den; así pues, el negro Modesto quien salía cada tarde por las calles de San Carlos pregonaba abiertamente: “Aquí van las cucas de la niña Catalina”.

Pero, ¿quién era la niña Catalina?

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La niña Catalina Capobianco y su madre (del mismo nombre); descendientes de familia italiana, quien cada tarde en el patio de su casa, donde se encontraba un gran horno y varios arboles entre los cuales brotaban un manjar ícono en estas tierras como es el mango. Se realizaban las galletas semiblandas endulzadas con papelón (catalinas) y amasadas con margarina, sin que pudiese faltar el aroma de las especies como el clavito, la guayabita, entre otras de excelente adaptación para la cocina.

Esta como tantas historias más que iremos descubriendo, dejan vacíos para los ávidos de información y por ello es menester continuar con la búsqueda de información. Nuestra dulcería criolla nace de la variación y fusión de recetas o influencias extranjeras adaptadas a los productos locales o bien al resultado en el fallo de antiguas recetas por elementos ajenos o variantes.

Lo que nos deja constancia hoy en día, es en la riqueza que podemos obtener de tan suculentos manjares y cómo con marcadas diferencias, estos podrán deleitar a más de un comensal según sus gustos y crianza. Ya sea del occidente que optan por catalinas más crocantes, pasando por la región capitalina que desde sus inicios se decantan por una suave polvorosa. Estas historias nos dejan una pequeña muestra de la variedad que dentro de la dulcería criolla se puede encontrar.

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