Esquinas de Caracas: El Chorro y Carmelitas
Nuestra ciudad, desde que fue fundada por Diego de Losada el 25 de julio de 1567, ha ido replanteando sus nomenclaturas respecto a los tiempos que transcurren. Hubo tiempos donde la principal forma de definir una dirección era a través de las esquinas. Estas eran nombradas con respecto a historias que albergan ellas mismas y de allí fueron sacados sus nombres. Aquí la primera edición de las historias de las esquinas de Caracas.
Empezamos, entonces, con, quizá, una de las más famosas y recordadas, esquina El Chorro. Esta es una historia que empieza con el nombre de Don Agustín Pérez, un ingenioso comerciante que, para 1812, era conocido como “el rey guarapero”. El guarapo era la bebida predilecta de los venezolanos en la época; era una bebida hecha con azúcar morena, agua limón o algún otro sabor. Nos dice la tradición caraqueña que Agustín Pérez aprendió la receta de José de Jesús, el más importante guarapero que tenía la Caracas colonial en el mercado de la Plaza de Armas.
Otras de las esquinas de Caracas más emblemáticas de nuestra ciudad es la Esquina de Carmelitas. Esta tiene una historia que data del año 1725, donde doña Melchora Josefa de Ponte y Aguirre, quien vivía en una casona, situada al sur de la iglesia de Altagracia, solicitó al Rey convertir su morada en un convento dedicado a las “Carmelitas Descalzas de Santa Teresa”.
En 1736, las Carmelitas se instalan para dedicarse a la oración y penitencia en la esquina que hoy, como ayer, lleva su nombre, pero la consagración de la capilla del claustro fue en 1739, debido a que prevalecían los rumores en la opinión pública de apariciones de Santa Rosalía, en dicho lugar. Una de las curiosidades más relevantes del sitio, fue la visita de Alejandro Humboldt, quien se hospedó junto a Aimé Bonpland, para descansar la tarde de su llegada a Caracas en 1800. Estos habían entrado a Caracas a través del camino de los españoles para continuar con su expedición por América.
Durante los próximos años, esta edificación serviría para diferentes propósitos. Varios años albergó al Ministerio de Guerra, y entre 1860 y 1861, se convirtió en residencia presidencial cuando ejerció las funciones de presidente de Venezuela Don Manuel Felipe de Tovar. Clausurado el convento se instaló, entonces, la Tesorería Nacional, y más tarde el edificio, completamente refaccionado según planos de Alejandro Chataing (1906), fue ocupado por el Ministerio de Hacienda, hasta que fue demolido para dar paso a la Avenida Urdaneta.
A mediados del siglo pasado, por los años de 1967, el antiguo solar de Doña Melchora, y de las monjas Carmelitas, se convirtió en la sede del Banco Central de Venezuela, por obra del célebre arquitecto Tomás José Sanabria. Actualmente solo queda el recuerdo transmitido de generación en generación del antiguo claustro de religiosas que dio origen al nombre de esta arista urbanística capitalina.
El primer paso para entender el valor de nuestras calles, monumentos, entre otros, es conocer su trasfondo, la historia. Este es el primer paso para valorar la herencia de venezolanos que se fueron, pero nos dejaron un amplio legado de arquitectura, arte y decisiones. Nuestra historia está plagada de hechos que no hacen sino resaltar la intención de una ciudad, una gente, que constantemente busca reinventarse ante los tiempos que van cambiando sin hacer demasiadas preguntas.