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Caracas entre espantos: Anécdotas escalofriantes

Caracas entre espantos: Anécdotas escalofriantes

Caracas de espantos: Anécdotas escalofriantesEn la semana de Caracas entre espantos, quizás no tenemos dulce o truco, pero sí historias de terror que nos dejan los pelos de punta. Halloween, a pesar de ser una fiesta estadounidense, en Caracas la vivimos como un carnaval anticipado, lleno de disfraces y dulces.  Acampadas, manicomios, estaciones de metro, colegios, etc.  son algunos de los lugares en donde han ocurrido historias que tienen a los caraqueños viviendo una versión criolla del Halloween y a Caracas entre espantos.

Escalofrios en la estación. 

Eran las 10:30 de la noche, salí apresurado de aquella fiesta en sabana grande, mientras corría por las calles rumbo al metro de Plaza Venezuela, observó a un hombre disfrazado entre las sombras de la estación.  Pienso en fotografiarlo, pero voy tarde y sin mirar atrás sigo mi camino.Paso los torniquetes y espero a que llegue el metro, aprovechó de revisar mis fotografías, pero extrañamente siento que me observan. En aquel momento se escucha al metro llegar, al girarme lo observó, él solo sonríe de tal manera que mis pelos se ponen de punta. Enciendo mi cámara y disparo. Aquel momento fue crucial, corrió hacia mí, las puertas del metro se cerraron y el solo quedo sonriendo tras el cristal.

Angel Rondon

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Oscuros como la noche. 

Pasadas las 8 de la noche, mi papá aún no había llegado a buscarme. La plaza Francia siempre ha sido uno de mis lugares favoritos para ir, por esta razón decidí esperar a mi allí,  me parecía un lugar seguro generalmente transitaban muchos autos y algunos locales permanecían abiertos. Pero aquella noche 13 de noviembre no había ni un alma en toda la plaza, ni en sus alrededores, seguí esperando y cada vez todo parecía más raro. Al cabo de un rato me di cuenta que habían unos niños jugando tras el obelisco, decidí acercarme para no sentirme tan solo y al estar a cortos pasos de aquellos niños, me paralice. Pues  al voltear a verme, noté que sus ojos eran tan oscuros como la propia noche, no había ni un solo rastro de luz en ellos, parecían cuencas vacías. Me invitaron a jugar y yo muy alterado, eche a correr hacia la estación del metro,  justamente observe el auto carro de mi papá estacionarse a un costado de la plaza, corrí lo más rápido que pude y al voltear aquellos niños, ya no estaban.

Cristian Fragoza.

 

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El hombre del sombrero.

Quizás aluciné, quizás aquel hombre si estaba allí, quizás me jugaron una mala broma… pero la verdad, tampoco lo quiero saber.

Pasadas las doce de  la noche, mis amigos y yo celebramos en el jardín de una casa muy hogareña en Galipán.  Con un frío tremendo decidimos entrar, pero al cabo de un rato la sed me invade, por lo que voy a la cocina a tomar agua. Al entrar me percato de un hombre de uno 60 años, alto, con un sombrero negro y de facciones rígidas que esta barriendo, pero por alguna razón parecía estar muy molesto.

Buenas noches. – digo,  pero él no contesta, solo sigue barriendo con la mirada perdida.

Decidí servirme el agua y dejarle tranquilo, quizás hacíamos mucho ruido y por ello estaba tan molesto.

  • Muchachos deberíamos bajar el volumen, hay un señor en la cocina malhumorado.
  • Andrea, solo estamos nosotros en la casa.

Quedé perpleja ante tal respuesta, ellos se acercaron  a la cocina y el hombre ya no estaba, solo quedó su sombrero sobre la mesa.

Andrea Armas.

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Duendes en la oscuridad.

De niña y aún hoy con 22 años la oscuridad me aterra. Aquella madrugada no podía dormir, pero mi cuerpo seguía tieso en la cama temeroso de lo que estaría en la oscuridad.

Me levante y a penas abrí la puerta de mi cuarto un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, la luz del baño era la única que siempre estaba encendida, así que sigilosamente camine hasta él.  Todo iba bien hasta que una sombra apareció cerca de la puerta del baño. Era un duende, no como aquellos que nos pintan en las comiquitas, era un ser tenebroso y oscuro.  De su boca emanaron las siguientes palabras: “Aléjate de mi hijo”. Yo solo grite, pensado que todo era un sueño, pero los brazos de mi madre me rodearon al instante, nunca fue un sueño. Yo seguía estática frente a la luz del baño.

Tiempo después, mi mamá me comentó que solía tener un amigo imaginario, que las cosas se movían en mi cuarto cuando jugaba, pero luego de bautizarme todo se acabo.

Digmar Vasquéz.

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Para cerrar nuestra semana de Caracas entre espantos, les dejamos la invitación de prestar más atención a las sombras y sonidos que no tienen explicación en las esquinas más misteriosos de nuestra ciudad.

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