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Las Crónicas de Rafael Greco: «Camelot»

Las Crónicas de Rafael Greco: «Camelot»

Camelot

En la nota de hoy, el saxofonista Rafael Greco relata las andanzas de Guaco en Camelot, un local que existió en Maracay.

Jim Henson estuvo en la región central de Venezuela, y no lo supo.

De la cumbre, de escenarios compartidos con El Gran Combo de Puerto Rico, Milton Nascimento, Rubén Blades y Seis del Solar, La India, Luis Enrique, Cheo Feliciano, Larry Harlow, Pete “Conde Rodríguez, Gilberto Santa Rosa, Pablo Milanés, Azuquita, Los Van Van, Adalberto Santiago…a un local de Maracay llamado Camelot.

La barra cuadrada en el centro, el decorado de un castillo sacado de una pesadilla de Miguel de Cervantes, el equipo de sonido paupérrimo, baños y un angosto pasillo que conectaba el mundo exterior con el camerino del grupo de planta y medio metro más adelante, un alféizar al que jamás se le podría llamar tarima.

Llegábamos al estacionamiento y allí esperábamos, o nos sentábamos en el restaurant de la esquina que pelaba los dientes en la terraza con luces de neón las palabras “Pollo a la Vroster”.

Nunca supimos el nombre del dueño de Camelot pero nosotros lo bautizamos Benito; le inventamos una familia: Ental, Embarbas, Za, Repi, Mortifi, Momifi, etc.

Nos llamaban al “escenario”. Fernando entraba a un hueco lleno de cables, a su diestra los vientos (Germán, Aranguren, Juan Carlos, Norman). Luego se iban acomodando como podían los percusionistas (Frank, Nestor, Julio, Yonis, Alexis). Agustín con el piano al extremo izquierdo y la guitarra de Roldan en el derecho, a nivel del público. Subía Morritz como podía con el bajo, dando pisotones y pidiendo perdones, tras él, los cantantes y por último yo, en un rinconcito donde solo tenía espacio para mover los dedos.

Comenzaba la función… ”Bienvenidos a Camelot. Un aplauso por favor para Benito. Saludamos cariñosamente al Gordo Cebi —el personaje hacía una reverencia— y a Los Compadres”. Estallaba la música y la vara del trombón movía la oreja izquierda de Julito, nuestro timbalero. El guitarrista, Roldan, bailaba con una armadura de adorno que reposaba a su lado, Sundín Galué hacía barras en un tubo que había en el techo, yo practicaba improvisación entre los coros, Fernando dejaba de tocar, me miraba y me decía “fijáte, suena igual”.

Los Compadres se sentaban frente a Yonis. Ellos nos proporcionaban constantemente las bebidas espirituosas. En los mambos Gustavo personificaba a Birdman con su grito heroico y por supuesto lo respaldaba Sundín haciendo el estridente chillido de Vengador. Semana tras semana iba a vernos el mismo publico, y todos esperaban una réplica de la función. Ellos y nosotros éramos la misma cosa y entendimos que asistíamos a un teatro para representar el desorden. En medio de la locura, la banda ofrecía una ronda de solos en Las Caraqueñas. Todos los integrantes teníamos cuatro compases para expresar nuestra individualidad. Cuando anunciaban al Muiño parábamos todos, él seguía y retomábamos al quinto compás; el último era el solo de feedbacks de Mickey, el ingeniero de monitores.

Afuera nos esperaba nuestro chofer “Capulina” con un trasporte que nos iba tragando mareados, aturdidos y eufóricos uno a uno cuando culminaba el show.

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De regreso, Fernando y yo nos poníamos al día con las últimas adquisiciones en CD.

Un adminículo infaltable era el chulífono (conector dual para audífonos).

Sentados en el último puesto nos mostramos Brasilero de Sergio Mendes, Nine objects of Desire de Suzanne Vega, Kiko de Los Lobos, Scriabin, Dopamine de Mitchell Froom, New Moon Shine de James Taylor, 11 tracks of whack de Walter Becker y mil cosas más. Cerca del distribuidor Altamira, todos invocábamos al bus: “Bus”, “Buuuus”, Buuuus, por favor” y de repente nuestro dios contestaba. La gritería dominaba el ambiente. Al calmarnos, se asomaba alguna voz respetuosa y temblorosa para solicitar a nuestra deidad gotas de conocimiento, de filosofía, incluso para preguntar cuándo iban a pagar.La respuesta no se hacía esperar, con amabilidad nos liberaba de la ignorancia y la emoción se apoderaba de todos hasta llegar a “La casita”.

En Camelot también hubo grandes momentos musicales; aprendimos mucho de nosotros mismos por estar muy unidos, sobreviviendo en las vísceras de una fiera descomunal llamada Guaco.

Texto: Rafael Greco T.

Estos relatos de Rafael Greco sobre la historia de Guaco son de un gran valor para todos los que disfrutamos de la música de esta agrupación.

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