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Las Crónicas de Rafael Greco: «La Casita»

Las Crónicas de Rafael Greco: «La Casita»

la casita

Continuamos con las historias de las canciones de Guaco narradas por Rafael Greco. Hoy es el turno de «La Casita»:

Donde no brinquen los grillos, ni salten las cucarachas.

Frente a un tablero de ajedrez, cruzar el Rubicón quizá culminaría en un apretón de manos, en una sana revancha.

Hacer un movimiento que podría significar una catástrofe en la vida de muchas familias, no es una decisión sencilla.

De la tranquilidad provinciana, del control de todos los aspectos del negocio, Guaco salta al vacío trasladando su centro de operaciones a la capital. Nada de establecimientos lujosos, de suntuosas inversiones; veníamos de una racha macabra en lo económico y por un contacto casi providencial el grupo encuentra una casa. El lugar funcionaría como sitio para pernoctar… ”vivir” y su línea telefónica como oficina. Recuerdo que en uno de los baños había una escalera que conducía al mismísimo infierno, la puerta estaba sellada. Un árbol en el patio, que daba ratas y rabipelados como mangos ofreció sombras a unas fabulosas caimaneras de basquetbol. De los innumerables nombres que tuvo el sitio, el que prevaleció fue “la casita”. El compositor Nelson Romero (el ayayero) envió a principios de 1991 un cassette con dos canciones: La Sirenita y La Casita. La Sirenita fue elegida y pre-producida inmediatamente, pero a “La Casita” todos le ponían mala cara, era una guaracha simple, ninguno la valoraba. Una tarde dije: yo la hago, Gustavo. Me senté en el cuarto del fondo con un teclado, trabajé en el arreglo y la preparé para llevarla al estudio de grabación. Toda la percusión fue realizada por Fernando Valladares, el resto: las máquinas, los coros, la voz y los vientos. Es imposible borrar de la memoria la gracia y las risas mientras montábamos la voz. La mayor fortuna, fue tocarla en vivo. Una de las experiencias más divertidas y emocionantes de la época.

Norman Cepeda, hacía un solo de trombón que nos transportaba a las descargas de Palmieri, estimulando una euforia pocas veces sentida en tarima. Lamentablemente, esa felicidad duró poco. La canción fue excluida del repertorio y nunca más se peinó para las luces y las tablas.

En aquella casa, fuimos un verdadero equipo, lleno de entusiasmo y alegrías; allí, Fernando le quitó el celofán al disco de Chad Wackerman “Forty Reasons”, acababa de salir, y nos volvimos como locos; sigue encendido adentro, como un faro de luz para los navegantes.

¡Qué buenos tiempos!

Texto: Rafael Greco T. – Instagram: @inseptosinectos

Sin duda, estas historias son fascinantes y nos ayudan a comprender cómo se crea y construye la música que escuchamos.

¡Muchas gracias a Rafael Greco por sus aportes!

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