Escultismo para caraqueños
Hay un antiguo proverbio chino que reza que el que ama y entiende un jardín encontrará la alegría en su interior. Esto puede deberse, quizá, a que el contacto con la naturaleza permite un entendimiento de nuestro entorno, a percibirlo como una suerte de engranaje y a nosotros como parte de él. Y así, observándolo como una gran red, contemplamos la complejidad de procesos interconectados, a la vista, simples. Justamente a eso se refería uno de los más grandes científicos de nuestra historia, Albert Einstein: “mira profundamente en la naturaleza y entonces comprenderás todo mejor”. Te comprenderás a ti mismo, por supuesto, y ello contribuirá a tu formación integral.
Visto así, resulta bastante tentador incluir el estudio empírico y vivencial de la naturaleza en la educación de niños y adolescentes, sobre todo en el actual mundo globalizado en el que nos movemos, en el cual la tecnología ya es parte inexorable de nuestras vidas. De esta forma, se incentivaría la exploración agreste y la individual. Conviviríamos más con el medio, interactuaríamos más con el entorno, nos entenderíamos más. Pues bien, eso es lo que ha buscado el escultismo desde su fundación.
El padre del escultismo fue Frederick Russell Burnham, un explorador militar originario de Estados Unidos. Este movimiento después sería perfeccionado por el coronel inglés Robert Baden-Powell, quien fuese amigo íntimo de Burnham. Ahora bien, antes de definir el escultismo, me gustaría que conociéramos un poco acerca del personaje que lo perfeccionó y que luego se convirtió en el fundador de uno de los movimientos juveniles más grandes de todos los tiempos: el Movimiento Scout Mundial.
Robert Baden-Powell fue un explorador amante de la naturaleza desde su infancia. Cuentan que, de niño, escapaba de clases para cazar conejos en el campo. No era un excelente estudiante, pero sí un enamorado de la vida natural, la aventura y la exploración. Ese acercamiento a lo rural, sus sucesivas vivencias militares y luego su contacto con Burnham, cultivarían en él la necesidad de crear un mundo mejor, un mundo colmado de mejores ciudadanos respetuosos con los demás, con ellos mismos y con la naturaleza. Fue así como en 1907 lleva a cabo un campamento experimental en la isla de Brownsea (Inglaterra), conformado por un aproximado de veinte jóvenes. Aquel fue un éxito y, de ese éxito, nació la primera edición de su libro Escultismo para muchachos, obra publicada un año después e inspirada en sus aventuras como explorador. Y es porque el escultismo tiene que ver precisamente con eso: con una educación alternativa al aire libre, que es lo que él deseaba promover.
El escultismo, más específicamente, es una filosofía de vida. Tiene su origen en la palabra inglesa scouting, que significa explorar y se orienta en la formación de niños y adolescentes a través del contacto con la vida silvestre. Además de ceñirse a la enseñanza de valores, por medio de actividades grupales y diferentes dinámicas, busca forjar el carácter en cada joven. Es un movimiento a escala mundial que ha logrado expandirse con el pasar de los años. A Venezuela llegó en 1913, de la mano del galeno maracucho Ramón Ocando Pérez. Por ese entonces, él formaba en Maracaibo las primeras patrullas de scouts, que si bien durarían poco, serían el inicio del escultismo en el país. Esto cobró mayor importancia posteriormente cuando, por el año de 1933, cuatro scouts partieron caminando del estado Zulia a la capital, como una manera de dar a conocer el movimiento scout en cada lugar por el que pasaban. Luego, en 1936, durante el gobierno de Eleazar López Contreras, siguió su promoción realizándose una Gira a Occidente. Hoy por hoy, la Asociación de Scouts de Venezuela, como es llamada en nuestro territorio, cuenta con gran número de integrantes y de voluntarios, para crear conciencia ecológica, global e individual.
Sin duda, estar en contacto con la naturaleza nos conecta con nuestro lado más humano. A partir de ese vínculo, le encontramos más sentido a la vida, aprendemos a valorarla. Creo que, incluso, nos aviva la mirada para llenarla de una mística difícil de definir, como cuando en nuestra infancia, nuestras pupilas eran las cazadoras de constantes descubrimientos, de eternas sorpresas. Porque nuestro alrededor está colmadísimo de ellas. Observa Caracas, por ejemplo. Detalla sus espacios verdes y pregúntate qué relación mantienes con ellos antes de comenzar a disfrutarlos. Pero, sobre todo, cuídalos, así como aconsejó el fundador del movimiento scout en su última carta antes de morir: “Tratad de dejar este mundo en mejores condiciones de como lo encontrasteis”, porque qué bonita, qué bonita, qué bonita es nuestra ciudad.