José Barroeta y su poesía del deceso
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Escritor, ensayista, poeta y profesor venezolano. Doctorado en Literatura Iberoamericana. Fue profesor de Literatura en la Universidad de Los Andes. Su poesía está llena de una particular potencia lírica y representa la dualidad del hombre que transcurre su vida entre lo rural y lo urbano. José Barroeta y su poesía del deceso.
Nació en Pampanito, Estado Trujillo, en el año 1942 y falleció en Mérida el 5 de junio de 2006, a los 64 años de edad.
Miembro de un gran número de grupos literarios entre los que se puede mencionar: «Trópico Uno», «Tabla Redonda», «La Pandilla Lautréamont»,»Sol cuello cortado» y otros. Fue uno de los fundadores de la revista Poesía, en la Universidad de Carabobo (UC).
José Barroeta y su poesía del deceso
Obra poética
- Todos han muerto (1971), en España reeditado por Candaya (2006)
- Cartas a la extraña (1972)
- Arte de anochecer (1975)
- Fuerza del día (1985)
- Culpas de juglar (1996)
- Elegías y olvidos (2006)
Ensayos literarios
- La hoguera de otra edad. Aproximación a dos grupos literarios: El techo de la ballena y Tabla redonda (1982)
- Poesía española (Novísimos y Postnovísimos) (1990)
- El padre, imagen y retorno (La imagen del padre en la poesía venezolana contemporánea) (1992)
- Lector de travesías (Estudios sobre la poesía de Luis Camilo Guevara, Rafael Cadenas y Víctor Valera Mora (1994).
José Barroeta y su poesía del deceso
TODOS HAN MUERTO
Poemas del libro Arte de anochecer (1975)
“Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.
En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.
No recuerdo con exactitud
cuándo empezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera”.