Funciones fantasmales en el Teatro Municipal
Venezolana desde 1996. Vanessa es estudiante de Comunicación Social y…
Todos los teatros albergan fantasmas. Algo de eso escuché hace algún tiempo. Recuerdo que, en el colegio en donde cursé primaria y bachillerato, también teníamos nuestra propia historia de ultratumba. Esta estaba ambientada en el auditorio ubicado en el último piso del edificio. Allí hay una tarima, con bambalinas, telones y demás, en la que, supuestamente, hacía muchísimo tiempo atrás, había muerto una muchacha tras trastabillar y caer durante una de sus interpretaciones. A la protagonista de aquella historia, la conocíamos como la bailarina sin cabeza, ya se imaginarán por cuál razón. Puedo asegurar que jamás la vi. Incluso logré escapar de sus apariciones durante la época en la que solía pasar más tiempo en el colegio. Aunque sí he de mencionar que, en una ocasión, cuando bajaba de una práctica de teatro para asistir a otra de voleibol (sola, he de acotar), en el pasillo oscuro de uno de los pisos más altos (estando ese edificio desocupado, a excepción de quienes se habían quedado en el auditorio), escuché o vi un piano. Obviamente mi sentido nato de supervivencia no me impelió a actuar de detective. Al contrario, le eché más chola que un auto de Fórmula 1 a punto de ganar una carrera.
Parece ser que a los espectros les gusta consumir arte, porque leyendas similares siempre nacen en estos recintos. En el Teatro Municipal de Caracas Alfredo Sadel, por ejemplo, son muchos los rumores que corren con respecto a la aparición de fantasmas. Hay quienes dicen que una niña vestida de blanco suele pasearse por sus alrededores o que es común escuchar ruidos o conversaciones de multitudes en donde no las hay. Pero esos visitantes, asiduos o no, no están tan enraizados en la memoria ciudadana como ese anciano de traje de gala que data desde finales del siglo XIX. Este viejecito elegante, de barba blanca y mostachos estirados del mismo color, desde hace bastante tiempo ya, se ha reservado un puesto en el palco presidencial de este teatro. Desde allí, disfruta de las funciones que en el Teatro Municipal se presentan, a veces con su bastón, a veces usando guantes. Quienes lo han visto (o han creído verlo), refieren que este hombre de corta estatura prefiere los espectáculos nocturnos y que disfruta, totalmente embelesado, las puestas en escena. Él se alimenta de cultura como cualquier mortal. Y, al parecer, lo hace con frecuencia. Sin embargo, no es eso lo más curioso. Lo verdaderamente interesante aquí es su identidad. Supuestamente, este espectro tiene un tremendo parecido con el fallecido ex presidente Antonio Guzmán Blanco, por lo que afirman que es su espíritu que todavía hace, lo que en vida, disfrutó. Es decir, ir al teatro.
Recordemos que Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela durante tres períodos entre 1870 y 1888, fue un hombre culto amante de las artes. Él impulsó la modernización del país a través de la construcción de una serie de obras, inspirado por los cambios que presenció en Europa cuando estuvo en el exterior. Entre ellas está el Teatro Municipal: un teatro de estilo francés, ubicado en el municipio Libertador, muy congruente con su admiración hacia la cultura parisina. Este teatro, con una capacidad de 1.192 asientos, abrió sus puertas con la presentación de una ópera en cuatro actos llamada El Trovador (Il Trovatore, en su idioma original), del compositor italiano Giuseppe Verdi. Fue el primer espacio cultural construido, de allí su importancia, que lo llevó a que lo declararan Monumento Histórico Nacional en el año de 1979. Es un emblema de antaño cimentado, además, sobre los escombros del Templo de San Pablo, así como encima de los vestigios de un hospital y de una ermita. Así lo pudieron corroborar los antropólogos Mario Sanoja e Iraida Vargas, en 1994, cuando analizaron los restos encontrados en su subsuelo.
El Teatro Municipal guarda debajo las huellas de una Caracas longeva, de un pasado tan remoto como intrigante. Sí, todos los teatros albergan fantasmas, porque todos los teatros atesoran historias. Pero no solo las contadas sobre el escenario, sino también las que tienen lugar entre el público, en las butacas, mientras la magia sucede, que traspasa la cuarta pared y cualquier plano de existencia. En el caso venezolano, historias estas: reales, ficticias, muy nuestras. Historias que reverdecen y dan vitalidad a todo lo nuestro.
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Venezolana desde 1996. Vanessa es estudiante de Comunicación Social y se vacila El Ávila de vez en cuando. También la puedes conseguir durmiendo en cualquier rincón de Caracas. Es de las que juegan rugby, pero no toman (mucho) ron.