Recuerdos de un Carnaval
Venezolana desde 1996. Vanessa es estudiante de Comunicación Social y…
Estamos situados en los albores de la década de los años ochenta del siglo XX. Esta persona (pongámosle: Juanita), que me ha pedido no desvelar su identidad, esperaba, pacientemente, a uno de sus hermanos mayores asomada desde la ventana de un apartamento ubicado en el séptimo piso de un edificio en Caricuao. Tenía 18 años por aquel entonces. Una sonrisa pícara compartía complicidad con las manos que cargaban un tobo de agua. Si bien no era de las que solían hacer bromas durante estas fechas, ese Carnaval de 1982 deseó jugarle una mala pasada a uno de sus familiares. Así que, tal cual como si se tratara de un plan cuidadosamente elaborado, aguardó la llegada de su víctima y, tras verla entrar al edificio, se aproximó hasta las escaleras desde donde la recibió con un baño de agua fría. ¡El pobre quedó como un pollo remojado! Pero la venganza no era un plato que se iba a servir frío en esta ocasión. Enseguida Juanita (en principio, victoriosa) fue arrastrada hasta el baño y encerrada con ropa, zapatos y capaz el tobo, dentro de una regadera con la llave abierta de par en par. Resulta ser que, de entre todas las posibles víctimas, había elegido a la peor.
Así como Juanita, seguramente tú también fuiste partícipe (o víctima) de alguna broma durante los carnavales. Antes, más que ahora, era bastante común que las jugarretas abundaran entre conocidos y desconocidos, sin distinción de clase o de género. Nadie le temía a la gripe por tener la ropa empapada. Y si le temías, pues tampoco te quedaba más opción que escapar (si es que lo lograbas).
Para quienes no lo saben, el Carnaval es una festividad celebrada todos los años en buena parte del globo terráqueo. Antecede al Miércoles de Ceniza, fecha que marca el inicio de la Cuaresma y que tiene lugar 40 días antes de la Semana Santa. Si bien los días que se celebra son establecidos en función de estas fiestas litúrgicas, el Carnaval no está ligado, de ninguna manera, a la religión cristiana. Por lo contrario, es de origen pagano. Por ejemplo, algunos historiados sugieren que pudo haber nacido antes del cristianismo, en Europa, derivado de los tributos a Dionisio (en el caso de los griegos), o a Baco (en el caso de los romanos). También se le ha atribuido un origen sumerio de hace más de cinco mil años; así como un origen egipcio, en honor a un dios solar con forma de buey conocido como Apis. Sea como sea, desde sus inicios, se trató de una fiesta en la que primó el gozo, la algarabía y la permisividad de todo tipo, pues las normas pasaban a un segundo plano para dar lugar a cierto descontrol.
Por supuesto, para ese momento, en ninguno de los casos anteriores, recibía todavía el nombre de Carnaval. Aquel comenzó a utilizarse a partir de la expansión del cristianismo, sobre todo luego de que Constantino el Grande, el primer emperador cristiano de Roma, en el año 325 d. C., reubicara la Semana Santa en el calendario litúrgico para que terminara el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera. Entonces los carnavales pasaron a convertirse en esa festividad previa a un período de abstinencia y reflexión, si bien nunca perdieron su carácter pagano.
En Venezuela, el Carnaval comenzó a celebrarse a finales del siglo XV con la llegada de los europeos a América, quienes trajeron esta tradición a nuestro territorio. En ese tiempo, los habitantes se divertían con agua y huevos. Pero fue en el siglo XVIII que esta celebración adquirió un tono más solemne, en la capital, con la incorporación de carrozas, comparsas y desfiles. El jolgorio, a pesar de ello, no se perdió. Ni mucho menos todas las bromas que acompañan la llegada de estas fechas.
Así nos lo puede asegurar Yajaira Rodríguez, residente de La Vega desde su infancia. A principios de los setenta, cuando ella tenía unos cuatro o cinco años de edad, cuenta que las personas solían armar un auténtico bochinche, de principio a fin, durante la época de carnavales. En el día, había quienes se subían a las platabandas de los edificios para verter baldes de agua sobre los transeúntes. También era común que se cavaran pozos en los terrenos de tierra, los cuales se llenaban con sustancias diversas además de agua. Allí lanzaban sobre todo a los jóvenes más ataviados. Asimismo los chamos se lanzaban globitos de agua, huevos, harina de trigo, o arrojaban papelillos dentro de la boca a todo aquel que se carcajeara. Por las noches, en cambio, para continuar la celebración, los caraqueños se disfrazaban y se iban a bailar a las plazas, en donde disponían tarimas conocidas con el nombre de “templetes”, sobre las que se presentaban grupos de la zona.
Su papá era uno de los más animados a sumarse a esas fiestas. Al caer la noche, como era costumbre por aquellos años, utilizaba el disfraz de “La negrita”. Aquel consistía en una malla negra ceñida al cuerpo encima de la que vestía telas coloridas. Igualmente usaba otra malla negra para el rostro, una peluca y se emperifollaba con accesorios llamativos muy al estilo de Celia Cruz. La mamá de Yajaira lo maquillaba, con lo que su identidad quedaba en el anonimato (aunque, en su caso, todo el mundo sabía quién era).
Así como él, muchos hombres solían usar ese disfraz, sin bien no era exclusivo de ellos. Las mujeres también adoraban vestirse de “negritas”. Pero, más que eso, gustaban de retar al resto de las personas a que trataran de adivinar quiénes eran con las típicas afirmaciones: “¡A que no adivinas quién soy!” o “¡A que no me reconoces!”. Otro disfraz típico era el de “El Enmascarado de Plata”, en homenaje a un boxeador de lucha libre que aparecía mucho en la televisión.
Hoy en día, ya no se hacen las mismas fiestas de antaño. Pero Yajaira relata que, por donde ella vive, las personas colocan cornetas afuera de sus casas. Actualmente, su mamá forma parte del Club de Abuelas de la parroquia, en el que, todos los años, eligen a una reina de la tercera edad para que compita contra señoras de otras parroquias por el puesto de la Reina de Caracas. La preselección dentro de cada parroquia (o al menos así en La Vega) tiene lugar días antes de la festividad y viene acompañada de una divertida comparsa por el lugar. Luego, durante los carnavales, ya con la Reina de Caracas elegida, los abuelos bailan en la plaza contigua a la Casa Natal del Libertador.
Por su parte, Mayra Salazar tenía trece años, aproximadamente, cuando solía asistir a los templetes de carnaval en la calle, en Antímano. Aquello sucedía a mediados de la década de los setenta. Así como en La Vega, durante el día, los chamos jugaban a mojarse con tobos de agua sin importar el frío que hiciera. Porque aunque tu cuerpo tiritara, más y más agua seguía siendo la solución para calmar cualquier temblequera. La celebración abarcaba de sábado a martes y luego continuaba durante la octavita de Carnaval. A veces, incluso, era tan intensa que los colegios debían suspender las clases desde el jueves previo a los carnavales, pues los chamos, apenas pisaban la calle, eran víctimas de sustancias de las más variadas procedencias. En las noches, tenían entonces lugar unas megafiestas en las que tocaban orquestas procedentes del mismo barrio. La salsa era el género musical por excelencia. Mayra recuerda que, en uno de esos templetes, conoció a Óscar de León. Él todavía trabajaba como taxista por aquellos años, pero disfrutaba de presentarse con su grupo durante esas fechas.
Ciertamente, los carnavales siempre han sido una fiesta cargada de diversión en bastantes países, aunque también es una fecha que muchos aprovechamos para compartir con nuestros familiares, ir a la playa o descansar. Porque no deja de ser una época para el reencuentro, bien sea con nuestros seres queridos o con nuestra historia. A ver, cuéntanos en los comentarios. ¿Y tú? ¿De qué forma celebras los carnavales?
¿Cuál es tu reacción?
Venezolana desde 1996. Vanessa es estudiante de Comunicación Social y se vacila El Ávila de vez en cuando. También la puedes conseguir durmiendo en cualquier rincón de Caracas. Es de las que juegan rugby, pero no toman (mucho) ron.