El cuento de la Hallaca
En las navidades siempre hay una travesía que contar o una por la cual aspirar, debido a que es el mes de las añoranzas y esperanzas. Y hay una historia en particular que, irónicamente, no suelo escuchar en estas fechas. Una historia de la representación de los recuerdos y tradiciones. Tuve la iniciativa de contarles una dinámica fantasía del recorrido de la que considero deber ser la historia número uno en todas las cenas navideñas de los venezolanos: El cuento de la Hallaca.
“La Hallaca” no era cómo la conocemos hoy en día, llena de sabores y colores, aún no conseguía su potencial manjar. La verdad, los amigos que hizo en nuestras tierras, fueron la base de que hoy en día todos la conozcan y celebren sus combinadas aventuras.
El padre de la hallaca es de allá (los componentes del guiso son descendientes de otros países) y su madre es de aquí (la masa y las hojas de plátano provienen del nuestro). Y su abuela que dominaba las lenguas tupí-guaraní del cono sur de américa, decía desde que todavía no era un bojote mestizo que ya era todo un lío.
Nuestra querida hallaca en busca de complementar su esencia y de conocer el mundo y su lugar en él, marchó.
En los años de la colonización española, los esclavos africanos e indígenas bajo ésta fuerza, tomaban los restos de la comida de sus opresores y mezclaban lo que conseguían para servirse un alimento de energía extra para sus propias comidas. Se guíaban un poco por los bultos envueltos que los españoles se esforzaban por adaptar de lo conocido popularmente como “el tamal” y creaban una masa homogénea que componía carnes de gallina, cerdo y res, pasas, aceitunas… “La hallaca” de ese entonces, al ver la necesidad de aquellas personas se quedo con ellas y se convirtió en una compañera de apoyo durante más de dos siglos. Ella se complemento con esas almas. En homenaje por esas valientes amistades, hoy en día se abriga con la hoja de plátano y pintarrajea su masa con onoto.
Alguna vez, conoció “La Hallaca” a el Obispo de Caracas, que se encontraba enojado por la indiferencia de los criollos que celebraban sin ver a su alrededor las navidades. Se estaba construyendo el “Camino de los españoles”, un trayecto que comunicaba el Puerto de La Guaira con Caracas. Observandola con atención, dijo el Obispo, “He escuchado de ti. ¿Estás lleno de sobras?”, a lo cual, “La Hallaca” contestó, ligeramente ofendida, “Voy mucho más allá de simples sobras. Soy diversa, así como las personas que he conocido. Soy compleja porque los que me han conocido y me conocerán entenderan de mí a su manera”. Esto agrado al Obispo y para enseñar a los criollos los indujo a comer como los indígenas, quienes temerosos de Dios, así lo hicieron, pero, añadiendole nuevos sabrosos rellenos.
Esas navidades, “La Hallaca” supo cuál era su lugar en el mundo y su esencia, que se basaba en presentarse para todos sin distinciones sociales.
¡Su abuela no estaba equivocada! Era un bollo de mezclas, sensaciones, sabores y significados. ¡Y vaya que cantidad de gente ha llegado a conocerla!”. “La Hallaca” se nutria de lo que aprendía en su camino, lo cuál, cada vez más, la convertía en maravillosa y universal.
¡Comparte el cuento de La Hallaca y cuéntanos cual es tu hallaca favorita!