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Ochavando la ciudad con el arte de Francisco Narváez

Ochavando la ciudad con el arte de Francisco Narváez

Dentro del corazón de cada habitante existe una conexión con un lugar especial, aquel al que llevamos sin dudar a cada turista que conocemos para darle la bienvenida con mucha emoción porque ya hasta lo hemos bautizado de “santuario” y forma parte protagonista de muchas de nuestras historias, es este sentido de pertenencia la prueba del éxito de quien se dedicó a la creación de un espacio, y es la identidad su máxima expresión dentro de la relación simbiótica que surge entre lo humano y lo urbano.

Este es el acertado caso con el que el gran artista Francisco Narváez nos envuelve y nos invita a regresar una y otra vez a visitar aquellas creaciones únicas y llenas de autenticidad, alrededor de las cuales podemos llegar a palpar el autoreconocimiento. Son sus obras, llenas de fuerza, un recuerdo constante de lo que somos, un retrato de nuestra realidad para que mostremos al mundo con orgullo de dónde venimos, y ésta muestra se hace inmediata cuando las obras salen del museo al aire libre, ocurre algo mágico, lo hacen para bajarse de un pedestal y fusionarse con el medio que le rodea.

La experiencia se multiplica en el enriquecimiento cultural de la población a través de la comunicación entre el artista y los observadores, este es un maravilloso proceso que podemos evidenciar en las obras de la primera fase del maestro, estas obras parecen emerger de la misma tierra, dan la sensación de haber salido del subsuelo, son nuestras propias raíces expuestas ahora a la lluvia y al sol, retratadas en formas abstractas, dentro de volúmenes que nos evocan lo natural, lo que todos llevamos in situ y es de allí que nace la necesidad y el deseo de volver una y otra vez a su encuentro, en un hermoso ejercicio de retroalimentación.

Narváez, con su gran innovación de integrar la obra al urbanismo, nos deja impresa en la psiquis lecciones que no debemos olvidar jamás: la importancia de recordar siempre de dónde venimos y el importante papel que posee el arte como vínculo y puente conector entre los habitantes y su hábitat o, lo que es igual, la ciudad y sus ciudadanos. De esta manera, la maravillosa obra escultórica de Narváez nos hace reflexionar y auto evaluarnos, le hace destacar su gran poder de comunicación, son sus creaciones que hablan por él y nos recuerdan el poder del mestizaje, ese que nos hace únicos y tan diversos al mismo tiempo, ese que nos habla de la unión que solemos olvidar. Sus piezas individuales parecen cobrar vida y moverse ante nosotros, y sus grupos escultóricos nos invitan a formar la fantasía de sus secretos desplazamientos cuando no están bajo la mirada del diario tránsito a su alrededor.

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Sus fuentes dan la sensación de haber estado allí desde el principio y el desarrollo urbano creado luego a su alrededor, en torno a ellas generaciones hemos crecido admirando la forma en que logran fundirse la esencia de lo natural con lo moderno y lo agitado de la vida citadina en una perfecta armonía que nos habla de la genialidad de su creador, la genialidad de quien decidió no seguir al colectivo de su época, logrando más bien que el colectivo de épocas sucesivas lo sigan a él, sin la intencionalidad del liderazgo, sino con la idea de mostrarnos a través del tiempo lo bello que somos, es su ímpetu de apostar por lo nuestro, de amar por encima de todo lo autóctono, lo que nos hace pensar que aunque por fuera seamos de aspectos diversos y de costumbres variadas, en nuestro interior estamos todos hechos de roca y madera, danzando y andando al ritmo de los pasos que nos marca un profundo corazón de greda.

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