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Servando y Florentino, más que una fan enamorada

Servando y Florentino, más que una fan enamorada

Servando y Florentino

Cuando le di play al video del streaming de Servando y Florentino ese día me sentí exactamente igual que ese octubre de 1996. 

Volví a tener siete años y miraba embelesada el televisor. 

Mi sala, ahora era El Poliedro, en ese doble llenazo que SALSERÍN imponía como récord para un artista de ese estilo.

Se sentía igual. 

La emoción, la sonrisa torpe, la mirada fija en el lado izquierdo de mi pantalla, donde en cuestión de segundos Servando Primera sería el centro de mi atención como cuando era niña. Yo me derretía por los huequitos que se le hacían al reír y me parecía el músico más talentoso que había visto en mi corta vida. 

A los siete años estaba perdida de amor dibujando corazoncitos en mi libreta, soñando detrás de mis lentes de pasta y mi uniforme de primer grado, que un día me iban a cantar ‘’Bella ladrona’’. 

Garabateando frases de canciones y rezando porque nadie se antojara de interrumpirme con tareas mientras veía ‘’La pandilla de los siete’’ o ‘’De sol a sol’’

Ahora a mis 31 sonaba ridículo… pero uno se abraza hasta con sus miserias. 

La ventaja de vivir sola es que no avergoncé a la pareja de turno con mis gritos de euforia. Los vecinos, pobrecitos, no tenían más remedio que subir el volumen a sus televisores para tratar de apaciguar el ruido que salía del 12J.-

Lo admito, en ese momento era una fan enamorada como cualquier otra. 

Y arrancaron a cantar, acompañados por los mejores músicos de mi generación y guiados por la mística del maestro Yasmil Marrufo. (Si creciste en la época de Salserín, sabes que a Yasmil siempre se le dice maestro) 

Tras tantos años de ‘retiro’, shows privados y algunos conciertos, confieso que le tenía poca fe a Florentino, en comparación con la prolífica carrera de Servando como compositor y músico, el menor del dúo se había quedado a la sombra. 

Pero ahí estaba el negrito, con esa voz ronquita de la que mi hermana mayor se enamoró zanjando así cualquier discusión infantil entre las dos. Cada una tenía a un Primera a su nombre. 

Su lado del clóset estaba lleno de afiches de Florentino, con su pelo largo y liso. Mi lado del clóset, en cambio, rebosaba de fotos de Servando y sus hoyitos -sí, lo he dicho ya dos veces pero entiendan, a esa edad y a cualquiera es un signature feature-.

Y ahora estaba aquí, en mi apartamento en Caracas viviendo ‘’un sueño en tu cuarto’’, junto a casi medio millón de personas conectadas al streaming en veinticinco países distintos. 

Confieso que en varias ocasiones eché mi lagrimita, quizás la edad me pone más cursi y la ingenuidad se me instala con facilidad en el alma, pero en un año tan complicado, tan duro, era bonito disfrutar de esa felicidad que viene amarrada a una época donde todo parecía más simple. 

No les he contado pero ese octubre del que les hablo, fui a mi primer concierto como ‘gente grande’, en vez de mis papás, mis chaperones eran mi hermana mayor y su esposo, que se habían ofrecido voluntariamente a llevarnos. -mentira, extorsión mediante de mi madre que ya bastante MENUDO había tenido que soportar como para ir a ver a estos salseros-.

No en vano Salserín era una agrupación infantil… de salsa. Unos virtuosos dirigidos por Manuel Guerra que al grito de ‘’con mucho swing’’ tenían a toda una generación a sus pies. 

Más allá de cualquier crítica que se haya alojado en el imaginario colectivo, como adulta confieso que mis recuerdos más vívidos de la niñez y la pre-adolescencia vienen acompañados de algo que Los Primera hicieran.

Antes, los cines no eran parte de grandes cadenas, sino salas autónomas que uno elegía viendo el cuerpo en el periódico que ponía las funciones disponibles para tal o cual fecha. 

Y fue así como en el centro comercial USLAR, en Montalbán, cerquita de donde vivía mi abuela Tera, fui con mis primas y mi tía favorita a ver ‘’LA PRIMERA VEZ’’.

En esa época, uno tenía que elegir: o las entradas al cine o las chucherías, ambas eran un lujo que, para cinco niñas se tornaba algo lejano. Así que mi tía Beatriz metía en ‘’paquitas’’ brownies recién hechos, caramelos comprados en la farmacia y gomitas, mientras comprábamos bebidas para compartir en la caramelería del cine.

Esa no fue la primera vez que ví a Servan y Floren -así como si fueran mis panas- en la gran pantalla. 

Años después acompañada también por mis primas, mi tía y mi hermana, vi ‘’MUCHACHO SOLITARIO’’, película que venía acompañada con un disco homónimo y que me hizo ingerir cantidades groseras de refresco GOLDEN para acceder a las postales de la cinta. Todas soñábamos con montarnos en ese camión de refresco llamado PAPUCHO y vivir con los hijos de Sol y Alí cualquier aventura. 

Y nombro a Alí porque para nadie es un secreto de dónde vienen estos chamos, criados en El Valle, en un hogar musical con un padre que fue un ícono de la canción protesta de esa Venezuela que nuestros padres recuerdan, donde ser de izquierda era la norma. 

Aunque conocía a Alí Primera por los cassettes de mi mamá, puestos durante esos viajes largos por carretera rumbo a la finca en El Tigre o a Machurucuto, conocer al cantor de la mano de sus cuatro hijos en ‘’De Primera a Primera’’ fue un gustazo. 

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Un disco que ponía en la sala de casa, en Parque Central, mientras mi papá, el DT, leía el periódico y le iba cantando alguna canción. 

‘’Hasta que la vida, se vuelva un cantar, y nuestro combate una sola canción’’... en las voces de Sandino, Servando, Florentino y Juan Simón, coreé las canciones de Alí que mi mamá nos cantaba como podía en la Blazer con la que conocimos toda Venezuela. 

Aún recuerdo a mi vieja cantando Cunaviche Adentro o recitándonos con voz gruesa ‘’a veces sueño que todo el pueblo es un muchacho que va corriendo tras la esperanza que se le va’’…

Sonrío porque vuelvo a estar en mi casa, escuchando “Me enamoré” en este arreglo de pseudo-bachata-chill y recuerdo el único viaje adolescente con mi hermana y sus amigas a Higuerote. En un carro donde íbamos las cuatro apretadas atrás, sin aire acondicionado cantando ese disco del 2000 llamado ‘’Paso a paso’’.

Y mientras el set avanza, y Forentino arranca con ‘’Si yo fuera tú’’ que me recuerda todas las veces que esperé paciente como la primera finalista porque alguien me eligiera y se quedara conmigo, me llegan los mensajes de mis amigas en otras fronteras, ellas las responsables de que yo tenga acceso a este show. 

Una se ríe y dice que cree que su esposo -que le habla en un idioma que no es el nuestro- ‘’está entendiendo de primera mano lo que digo de ser niche’’. Otra confiesa que se grabó dando la vueltica de Salserín para subirla a TikTok aunque ‘’feel nice may delete later’’.  

Yo les digo, sin temor a Dios: En casa de mis papás siguen guardados todos los CD’s de los Primera. Desde ‘’Con mucho swing’’ grabado en el Poliedro de Caracas hasta los cassettes que hicimos con nuestras grabadoras directo de la televisión, si es que estrenaban alguna canción en el programa de Maite Delgado o en Sábado Sensacional. De ahí queda un cassette gris clarito, rotulado con corazones que reza: Una fan enamorada HIP HOP, con la primera generación de Calle Ciega. 

Cinco álbumes de estudio, dos recopilatorios y el disco homenaje a Alí, reposan en la colección de discos que están aún en Parque Central. 

Sus canciones siguen en mi memoria, tatuadas como las tablas de multiplicar, los secretarios generales de la ONU y las alineaciones del Real Madrid porque son, sin duda alguna, mis asideros a tiempos más sencillos. A la felicidad de no preocuparme por esas cosas ‘’de adultos’’.

Durante las casi dos horas de show… no había diáspora. Mis primas estaban aquí. Mi hermana seguía compartiendo juegos conmigo. Mi papá se burlaba de mi mal gusto a la hora de enamorarme de Servando Moriche Primera Mussett. No había pandemia. La hiperinflación no nos arropaba.

Y esos $15 dólares invertidos en ese link… me llevaron de vuelta al Poliedro, donde entré agarrada de la mano de mi hermana mayor y su esposo, a quienes no veo hace cinco años, sintiéndome grande por primera vez.


Foto original de www.buenamusica.com

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