El amante de El Ávila, Manuel Cabré
No ha existido en la historia de nuestro país, un pintor que desprendiera tanto amor por El Ávila. Manuel Cabré convirtió esta montaña en el objeto de su pasión, de su amor. Podía pasar largas horas en los campos del este de Caracas, simplemente contemplando la montaña, observándola. La admiración que le guarda todo un país a este emblemático pintor, está adornada con la esencia de pasto mojado y pinceles hundidos en agua.
Manuel Cabré nació en Barcelona, España, un 25 de enero de 1890. Su llegada a Venezuela se produjo gracias a su padre, un gran escultor que fue llamado por el presidente de Venezuela, Joaquín Crespo, para llevar acabo algunas obras públicas. Una vez en Caracas y con tan solo 14 años, es inscrito en la Academia de Bellas Artes donde su papá enseñaba la cátedra de escultura.
Caracas antes de la invasión urbanística
Entonces, ¿un catalán que se enamoró de El Ávila? Sí, pero también de toda una ciudad que estaba cambiando. Una Caracas que se encontraba dando el paso hacia la modernidad del siglo XX. Manuel Cabré pintó San Bernardino cuando aún era una hacienda, antes de que la tendencia urbanista del momento la sumiera en un período de transformación.
Manuel mantenía su alma adherida al naturaleza de una ciudad cambiante. Le huía al oeste de la ciudad que cogía cada vez más, un tono urbanístico y poblado. Por esto prefería los lados del este de Caracas, específicamente los campos de golf del Country Club. Aquí podía pasar largas horas contemplando con un caleidoscopio de vistas, cada cuadro, cada detalle de la montaña que lo sobrepasaba con su grandeza.
La técnica en el agudo vértigo de un pincel
Manuel Cabré fue un hombre que respiraba gracias a su pasión. Esa misma que le permitía maravillarse con los colores de un paisaje. Igualmente tuvo que aprender la teoría y práctica de movimientos como el Cubismo, impresionismo, experimentar en las adyacencias del surrealismo y, también, caminar tocando puertas en los pasillos del Realismo; así lo vemos en sus retratos.
La esencia paisajista de Manuel se mantuvo siempre intacta. Bebía agua de paisajes para alimentar el hambre de su vena artística. Sus obras demuestran una capacidad profunda para trasladar al lienzo luces, colores, distancia y contrastes de una forma única, sensible, movida.
El legado de Manuel Cabré forma parte, junto a grandes exponentes como Armando Reverón, Arturo Michelena, Martín Tovar y Tovar, del gran legado artístico de un país que se aferra a ellos como base de la belleza e inspiración. El pintor de El Ávila parió toda una gran cantidad, con variedad, de obras monumentales que desfilan en todas las galerías del mundo. Los centenares de premios ganados, no se comparan al peso de su legado lleno de pasión y amor que no creen en el olvido.