Fantasmas en Caracas: Pasajeros inesperados visitan el Museo del Transporte
He crecido y ya no creo mucho en fantasmas, o al menos me gusta pensar que en verdad he superado mis viejos temores, pero cuando era niña no siempre fui una incrédula. No creí que encontraría fantasmas en Caracas, aunque me asustaba al escuchar a alguien contar historias de miedo y el icónico “de que vuelan, vuelan” como respuesta.
Aquel dicho venezolanísimo se repetía en las conversaciones cada vez que mencionaban un hecho sobrenatural o contaban alguna historia de fantasmas en Caracas. Admito que escuchar a mi madre y a tantos adultos de mi familia decir esa frase cuando les contaban alguna historia sobre espantos hizo que creciera fascinada aunque temerosa por las posibles historias de terror escondidas detrás de cada objeto o lugar. Aunque jamás admitía mi temor, decía que nada eso me daba miedo. El dicho “de que vuelan, vuelan” resume mi sentir y el de muchos otros venezolanos: existan o no las brujas y los espantos, están por ahí y es mejor no averiguarlo de primera mano.
Crecer escuchando historias de espantos que aparecían siempre en sitios lejanos me llevó a suponer que quizá los fantasmas si existían, pero no estaban a la vista de nosotros, los simples mortales. Mucho menos imaginaba que encontraría fantasmas en un museo de Caracas. Me parecía más bien un sitio en el que hasta los fantasmas se aburrirían de estar.
Suponía que en una ciudad tan grande y poblada, jamás podría ver ningún fantasma, pero definitivamente equivocada.
Todo ocurrió durante una visita al Museo del Transporte por un paseo escolar que creía que iba a ser tan pesado como todos los demás. Mientras recorría los pasillos con un desgano más grande que mi tamaño en ese entonces, empecé a detallar todos los carros antiguos que veía. Súbitamente empecé a sentir extraño el ambiente a mí alrededor y llegaron los nervios. A partir de ese momento, todo lo que percibí lo recuerdo alterado por el miedo que empecé a sentir.
En el interior de los carros y a sus alrededores se veían las siluetas engalanadas y apuradas de personas que no parecían para nada de esta época, como dirigiéndose con prisa hacia algún sitio. Mi mente infantil pero perspicaz rápidamente me hizo caer en cuenta de que lo que estaba viendo ¡eran fantasmas! Mi cuerpo se heló por unos segundos al comprender que veía por primera vez fantasmas en Caracas.
Irónicamente, a medida que me asustaba por las sombras de espectros, quienes parecían tener sus propias historias que contar, comencé a interesarme más por lo que veía en el museo mientras avanzaba por las exposiciones. Elegantes y muy vintage eran los vestidos que lucían estos fantasmas tétricos pero cosmopolitas que se subían a los carros expuestos en el museo.
Aunque no pude evitar sentir el terror que inspiraba esta situación, recuerdo ese paseo como una experiencia excepcional. Durante esos instantes me transporté a un escenario tenebroso y a la vez fascinante, como un cuadro en el que podía ver la Caracas del ayer, en la que los carros ya obsoletos que veía eran una pieza de lujo, símbolo de la modernidad y el progreso que comenzaba a ser parte de la ciudad.
Nunca podré olvidar la sensación tan intensa que tenía de que los fantasmas que me rodeaban en verdad estaban físicamente allí conmigo. Podía fácilmente imaginar que los fantasmas iba a encender alguno de los viejos vehículos que se encontraban en el museo para ir a pasear por la Caracas de los techos rojos.
Basado en la historia de Larissa Marquis.