Historias Chicas de Caracas: Kennedy en Venezuela por Don Eliseo
¡Ah caramba! Veamos cómo empieza esta historia sobre Kennedy.
Está aquel gentío en los bordes de la avenida Ávila de Altamira, (ahora se llama Luis Roche), es casi mediodía y “el sol quema blancos y suda negros”, como decía el poeta Andrés Eloy Blanco. Muchos tienen alternativamente banderitas de Venezuela o de EEUU y en la otra mano un “raspado” con leche condensada o un helado Efe de palito. Una señora mayor, algo gorda sentada en su taburete de cocina que trajo de su casa, pregunta – ¿Y a qué hora dicen que vienen los Kennedys? –Ya están llegando mamá, responde calmada otra señora un tanto más joven.
Yo que de “brejetero” me vine desde Catia con mi pichurro en el autobús circunvalación (y sólo me costó medio) ya estaba achicharrado con el calorón, pero la curiosidad de ver a los presidentes Betancourt y Kennedy juntos, además de su atractiva esposa “Jackie”, me obligaba a permanecer en mi sitio de 1ª fila en aquella espontánea manifestación de vecinos venidos de muchas partes de Caracas.
Existía una gran simpatía por esta pareja tan encantadora de amplias sonrisas; John Fitzgerald y Jacqueline, tanto los habíamos visto en la televisión que eran como actores de Hollywood o de una serie en Radio Caracas TV, o sea casi conocidos de la familia venezolana.
¡Ya vienen! Se oyó una voz gritona a lo lejos y sentimos el ruido ronco de un pocotón de motos Harley-Davidson de los escoltas presidenciales, enormes y ruidosas, se notaba que venían aceleradas. Casi de inmediato pasaron tres motos como a cien y los PM (Policias Militares) que formaban barrera se apretujaron de cara al público, un minuto después, 10 o 12 motos a baja velocidad y de inmediato tres Cadillacs negros blindados antecediendo un enorme Lincoln Continental de techo transparente donde venían lentamente y con amplias sonrisas las 2 parejas presidenciales, saludaban a ambos lados y se notaban fresquitos.
La gente les gritaba con alegría, daban vivas y aplaudían con euforia, mi hijo, el pichurro, estaba como asustado ante ese ruido de muchedumbre además de los apretujones que se produjeron por breves segundos. Lo tomé de la mano y lo tranquilicé. –Ya vale, ya pasó, nos vamos ahora.
Nos dirigimos hasta la Pastelería Flor de Castilla en la acera de enfrente y nos comimos unos dulcitos bien ricos, él escogió como siempre de chocolate y yo uno de vainilla. Cuando los fui a pagar casi me da un infarto de lo caros que eran esos “Canutos”, ¡3 bolos cada uno!
Refunfuñando por ese realero nos fuimos caminando por donde iba todo el mundo y de vuelta a nuestro autobús que tomamos luego de un cuarto de hora, otra vez bajo el sol.
La verdad es que la pasamos chévere, no tenía porqué quejarme y logramos ver de cerquita a los Kennedy y me di cuenta que Betancourt era más feo que el carrizo, con todo y pipa. Así fue aquel lejano domingo de 1961.
¡Qué Caracas aquella, la de mis tiempos!