Los autocines en Caracas
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Los años de los autocines en Caracas fueron el pleno ejercicio de la informalidad; vivir la calle noctámbula, la posibilidad de ir a convenciones sociales y ejercer la libertad tras las ventanillas de un carro o en los alrededores de las fuentes de soda. Fue una época en la que jóvenes y adultos disfrutaron la ciudad sin miedo, sin mayores restricciones.
Antes, la diversión era distinta. En los años 20 no había televisión, se presentaban algunas piezas de teatro y las plazas eran los lugares de reunión. La llegada de la gran pantalla fue todo un acontecimiento y tomó rápidamente el primer lugar entre las cosas que a las personas más les gustaba hacer.
En la década siguiente había en Caracas poco más de 15 salas de cine, entre las que estaban las de mayor categoría y los llamados “cines de barrio”, locales más modestos. Las primeras funcionaban en lujosos teatros en el centro de Caracas y a estas salas se asistía con los mejores trajes: flux y corbata los hombres y estolas de piel las mujeres. Existían los teatros Ayacucho, Rialto, Metropolitano, Boyacá. Eran los lugares donde se proyectaron películas de Libertad Lamarque, se estrenó el éxito Allá en el Rancho Grande y la primera producción sonora venezolana, El Rompimiento.
En los “cines de barrio”, por el contrario, se proyectaban las cintas luego de varias semanas de haber llegado a la ciudad. Se contaron entre estos El Rex en San José, el Jardines en El Valle, el Astor en Antímano, el Para Ti en Monte Piedad, el Lídice y el Pinar.
En este contexto llegaron a Caracas los autocines, una idea prestada de Estados Unidos. La idea tomó cuerpo cuando en los años treinta el empresario y cinéfilo Richard M. Hollingshead realizó varias pruebas para proyectar películas al aire libre con la intención de promocionar los lubricantes que comercializaba la empresa familiar, sin darse cuenta de que daba inicio a otro negocio. “Fue un acontecimiento que cambió la idea del cine. A Caracas llegó un poco tarde. Era el momento de la recuperación de la Segunda Guerra Mundial y el automóvil se había vuelto omnipresente. La gente se dio cuenta de que podía dejar el rigor de aquellos tiempos.
El primer autocine que existió en Caracas fue el de Los Chaguaramos, construido en la avenida de La Colina en 1949. Tenía su fuente de soda en la planta baja del edificio: el Cristal Room, que al terminar la película se convertía en un local nocturno informal.
La familia que preside en la actualidad Cines Unidos eran los dueños de aquel autocine. Para su inauguración anunciaron “por primera vez en Suramérica” la alternativa de disfrutar, en un espacio con la capacidad para 250 carros, un espectáculo con confort. Ofrecía también rampla con mesas y sillas para 600 espectadores. Allí ofrecían proyectar las “mejores películas de la industria”.
Los dueños de los terrenos vieron una oportunidad y se desató la fiebre. Se construyeron varios autocines: el Cineauto del Este, el Autocine Andrés Bello, el Cinecar de La California, el Autoteatro Paraíso, el de Maripérez, el Cinemóvil La Paz, el Cinemóvil Tamanaco, otro en Los Ruices y en La Boyera, Autocine Boleíta, el Cinemóvil de El Cafetal (el que más resistió en el tiempo), los de Montalbán 1 y 2, y uno que se erigió en la Cota 905.
El descenso comenzó en los años ochenta y finalmente tocó fondo en los noventa. “Como todo, los cines se mudaron para los centros comerciales porque eran más seguros. Comenzaron los asaltos y ya nadie volvió. En los autocines la desprotección era total. No había vigilante; uno podía identificar a los forajidos, incluso había violaciones”, señala Sidorkovs. El arquitecto habla además de las nuevas tecnologías: llegó el Betamax y el VHS: “La gente copiaba las películas y las veía en su casa. Y luego apareció el cable, ver películas se volvió más selecto”.
Información tomada de: elestimulo.com