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Criaturas de la ciudad: los distribuidores viales de Caracas

Criaturas de la ciudad: los distribuidores viales de Caracas

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Caracas es una ciudad mutante. Hay un aspecto esencial en su desarrollo, que es lo avasallante de las necesidades con las que la ciudad ha crecido desde sus comienzos; sus grandes demandas y dificultades, que tuvo que resolver la ingeniería en su más alto grado de efectividad a través de esa gran obra de ingeniería que son los distribuidores viales, criaturas de concreto que conectan la ciudad.

La devoradora de energía

La ciudad crecía tanto, que las metas planteadas por ingenieros y constructores se cumplían una tras otra, llegando a un grado de conquista indiscutible para la década de los años cincuenta con el diseño y aparición de los distribuidores viales. Los distribuidores, criaturas que desde su aparición han permitido que Caracas movilice cientos de miles de habitantes cada día, aparecieron para cambiar la faz de aquella ciudad que hasta 1920 era apacible y cuadriculada. Su primer gran índice de crecimiento responde pues a  la década del cuarenta en contraste con el período de 1920 a 1930.

Caracas ha sido siempre «devoradora de energía», como la califica el Ing. José Tomás Milano, referente indiscutible para ilustrar el crecimiento en la ciudad que perdía el color rojo de sus techos por el concreto y la modernidad, al paso de un país que dejaba de ser rural para ser país petrolero.

El Ing. José Tomás Milano  fue Director General del Ministerio de Obras Públicas como parte del equipo del Ing. Leopoldo Sucre Figarella, figura de enorme trascendencia en la ingeniería y desarrollo del país con la instauración de la democracia en 1958. De ese entonces asegura que no hubo rincón de Venezuela que no se recorriera para desarrollar empresas de ingeniería que hoy en día siguen funcionando. Y más aún: empresas que se lograron garantizando la inversión y coste a pesar de la restricción petrolera de entonces.

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Una Caracas industrial tenía que traer el agua como principal generador de energía. Era un proceso de convergencia de factores en Caracas. Si esa ciudad devoradora crecía exponencialmente tuvo por ello que generarse un despliegue vial para movilizar desde la década de los cuarenta hasta finales de los sesenta,  de 700.000 a 3.000.000 de habitantes.  ¿Qué criaturas de la construcción permitieron tal hazaña? Los distribuidores viales.

Ciudad para el futuro

Es importante destacar que aun cuando el régimen perezjimenista llevó adelante y concluyó mucho de lo planeado desde 1942 a 1945 -además de cumplir con una gestión y concluir la gran obra de esos años, nuestra UCV- en 1958 con la llegada de la democracia, se continuaron realizando mejoras y edificando obras que llevaban esa Caracas a ser una urbe futurista, aprovechando su posicionamiento cercano a los ríos. Y de los ríos, se pensaba en cómo generar energía eléctrica manejando los declives topográficos; y de pensar la energía eléctrica a cómo optimizar la comunicación entre los habitantes, y así se apuntaba poco a poco a una prefiguración del Metro. Es decir, es interesante ver cómo a esta ciudad que se pierde a veces entre los avatares sociopolíticos y la necesidad económica, la sostiene – si la conocemos- su memoria urbanística y la ingeniería de un grupo de venezolanos que con asesoría extranjera supo desarrollar una ciudad con miras a resolver la mayor cantidad de problemas venideros. Los distribuidores viales comenzaron por esta visión de solucionar problemas que facilitaran el futuro.  

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El Pulpo y La Araña

El distribuidor El Pulpo, -inaugurado en 1960, comenzado en 1959-, conecta la Autopista del Este con la Avenida Bolívar al Oeste, para dar acceso a los sectores urbanos y los planes de vivienda del Centro y de Coche, así como incorporarse al Plan Rotival concebido en la ciudad, y también, por otro lado, conectar con el sector de Prados del Este. Su forma tentacular y orgánica permite dinamismo en una ciudad en perenne movimiento.

Luego, crece la densidad y volumen de transporte, producto también del desarrollo industrial de la zona de Catia, y se requiere un viaducto de mayor envergadura con qué conectar este sector, surgiendo así la necesidad de construir La Araña en una primera y una segunda etapa, que es la ampliación del distribuidor yendo hacia El Valle y El Paraíso. Es claro a qué alude su nombre: vista desde arriba una araña perfecta incorpora los túneles de La Planicie que van hacia La Guaira con varios corredores entrecruzados. En su etapa posterior, con la implementación de tres tramos de vialidad y túneles inferiores, logra una conexión mayor con otros sectores de la ciudad, de allí su carácter tan funcional. Su construcción se dio, con ambas de sus etapas concluidas entre 1959 y 1966.

Actualmente, cuando tanto valoramos la memoria de la ciudad, o añoramos lo que pudo o no ha podido aún ser, ignoramos tal vez que las mayores obras de ingeniería de la ciudad fueron concebidas antes de la segunda mitad del siglo pasado. Podremos entonces pensar con reverencia en la ciudad devoradora y magnífica que en algún momento crecía y crecía. De esas décadas recordaremos cómo se unió al profesionalismo y a la eficiencia de los ingenieros la imaginación caribeña que con visos de ciencia-ficción, lograron que una ciudad se movilizara gracias a sus criaturas, hasta el sol de hoy.

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