“Miranda en la Carraca”: Historia y curiosidades
Buena parte del imaginario pictórico venezolano está asociado a batallas y próceres en poses heroicas. Sin embargo, la que quizás sea la pintura más famosa de nuestra historia recoge un momento de fracaso y derrota, aunque, eso sí, asumido con entereza y dignidad.
“Miranda en la Carraca” (1896), obra maestra del pintor Arturo Michelena, se ha convertido en la imagen icónica por excelencia de dicho héroe independentista, aunque su autor también incurrió en algunas inexactitudes históricas al momento de realizarlo, como se verá en los próximos párrafos.
Aniversario y apoteosis
En 1896 se cumplieron ochenta años de la muerte de Francisco de Miranda, precursor de la independencia suramericana y creador de la bandera nacional.
Tras la caída de la Primera República en 1812, Miranda fue apresado por los españoles, quienes lo retuvieron en La Guaira, Puerto Cabello, Puerto Rico y finalmente en el Penal de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca, en Cádiz, donde permaneció desde 1814 hasta su muerte en la madrugada del 14 de julio de 1816, tres meses después de cumplir 66 años.
Para conmemorar dicha efeméride, el gobierno del presidente Joaquín Crespo organizó la “Apoteosis del Generalísimo”, durante la cual se efectuaron sesiones solemnes en la Universidad Central y otras instituciones, se lanzaron fuegos artificiales, se celebraron concursos florales, desfiles y una misa de acción de gracias en la Catedral.
También se inauguró en el Panteón Nacional el cenotafio (tumba vacía) de Miranda, pues en ese entonces no se habían identificado sus restos, situación que persiste hasta nuestros días.
Igualmente, diversos artistas de renombre exhibieron sus obras, entre ellos Arturo Michelena, quien también recibió el encargo gubernamental de pintar un retrato de Miranda para el acto central de las celebraciones, que tendría lugar en el Teatro Municipal de Caracas.
Modelos e influencias
Michelena pintó el cuadro de 197 por 245 centímetros en su casa de la esquina de Urapal, en la parroquia caraqueña de La Pastora, donde actualmente funciona el Museo Arturo Michelena.
Para el cuerpo del prócer, el artista usó como modelo a su amigo el escritor Eduardo Blanco (1839-1912), autor de “Zárate” (1882), primera novela de temática nacional de nuestra literatura, y famoso sobre todo por “Venezuela heroica” (1883), libro en el que evoca con tono épico-romántico las once principales batallas de la guerra de independencia.
Eduardo Blanco, por cierto, también es el tatarabuelo de la líder política María Corina Machado.
Con respecto al rostro de Miranda, Michelena tomó como inspiración un retrato de perfil realizado en 1840 por el dibujante Carmelo Fernández (1809-1887), sobrino del general José Antonio Páez.
En su cuadro, Michelena representó a Francisco de Miranda tumbado en un jergón de su celda de La Carraca e incluyó algunos detalles que reflejan simbólicamente los rigores de su reclusión y su insaciable curiosidad intelectual: la cadena en la pared, el taburete deshilachado y los libros.
Asimismo, el prócer luce en la oreja un zarcillo, símbolo de su militancia en el partido girondino (moderado) durante la Revolución Francesa, evento en el que destacó como protagonista hasta el punto de que su nombre se incluyó en el Arco del Triunfo de París.
Inexactitudes históricas
Arturo Michelena da a entender en su obra que la celda de Miranda era estrecha y oscura. Sin embargo, una investigación del sacerdote e historiador Nectario María publicada en 1964 desmintió esta teoría. En realidad, el héroe venezolano estuvo recluido en un recinto amplio y espacioso, de 7 metros de ancho, 9 de fondo y 2,30 de alto.
La celda estaba ubicada en una esquina de la azotea del edificio y contaba con dos ventanas de 1 por 1,30 metros que permitían amplias vistas de los alrededores. Por si fuera poco, Miranda disponía de dos criados, una asignación de 40 reales diarios para sus necesidades y tenía la posibilidad de comprar comida en una fonda cercana.
Por otra parte, es improbable que hubiera una cadena en la habitación del prócer, como sugiere Michelena en el cuadro. A juicio de Germán Castillo Pinto, “no se trataba de una celda de castigo, sino de una para recluir a los oficiales del ejército español, y Miranda lo era, con rango de coronel”.
La celda de Francisco de Miranda en la Carraca todavía existe hoy, aunque por lo general no está disponible al público y solo se abre con motivo de visitas oficiales. Entre los muebles expuestos en ella destaca un cofre de madera con los supuestos huesos del prócer, desenterrados del osario de la prisión en 1972. Su identificación definitiva como los auténticos restos de nuestro personaje sigue siendo una asignatura pendiente.
Velada inolvidable
La presentación al público de “Miranda en La Carraca” tuvo lugar la noche del sábado 18 de julio de 1896 en el Teatro Municipal de Caracas. Aquel evento contó con la asistencia del presidente Joaquín Crespo, sus ministros, la élite social y cultural de la ciudad y fue muy reseñado en la prensa de la época.
El acto empezó con acordes de la ópera “Pagliacci”, de Ruggero Leoncavallo (aunque los periódicos la atribuyeron erróneamente a Giuseppe Verdi). Mientras sonaba la música, se abrió el telón y apareció el retrato de Miranda iluminado con luces eléctricas.
Tras la gran ovación del público, Michelena fue invitado a subir al escenario. El artista pidió a su colega, el también pintor Martín Tovar y Tovar, que lo acompañara y compartiera su triunfo.
Poco después, Michelena acudió al balcón presidencial, donde Crespo le colocó en el pecho una medalla de oro que en una faz llevaba el escudo de Venezuela y la leyenda “al mérito sobresaliente” y en la otra se leía la inscripción: “la Republica de Venezuela y en su nombre el general Joaquín Crespo-Homenaje a Arturo Michelena-1896”.
El paradero actual de esa condecoración se desconoce.
Arturo Michelena también recibió una corona de laurel, cuyas ramas repartió entre sus colegas artistas. Pero reservó una para depositarla en la tumba de su gran amigo, el pintor Cristóbal Rojas, quien había fallecido en 1890, pocos días antes de cumplir 33 años.
La muerte de Rojas se debió a la tuberculosis, la misma enfermedad que acabaría con la vida de Michelena en 1898 con apenas 35 años de edad.
Por último, el artista le pidió a Baltasar Vallenilla que pronunciara sus palabras de agradecimiento, ya que estaba tan abrumado por la emoción que no se sintió capaz de hacerlo él mismo.
El Estado venezolano compró “Miranda en la Carraca” por 40 mil bolívares y lo conservó durante varios años en la Casa Amarilla. En 1917 el cuadro pasó al primer Museo de Bellas Artes y desde 1977 se exhibe en la Galería de Arte Nacional (GAN).