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Ledesma: El Quijote venezolano

Ledesma: El Quijote venezolano

Don Quijote

A mediados de 1595, Miguel de Cervantes, autor de «Don Quijote», se desempeñaba como recaudador de impuestos atrasados en Sevilla. A sus cuarenta y ocho años ya tenía una existencia aventurera que contar: había luchado en la batalla de Lepanto en 1571 (donde perdió la movilidad de la mano izquierda) y sufrido cinco años de cautiverio en el norte de África tras ser capturado por piratas argelinos. En cuanto a su faceta literaria, apenas llevaba escritas unas pocas poesías, una novela pastoril titulada “La Galatea” y algunas obras de teatro.  

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes

Cervantes siempre manifestó interés por las colonias españolas en América. Incluso intentó varias veces sin éxito obtener un cargo de funcionario en el Nuevo Mundo.  Por lo tanto, es seguro que se mantuviera actualizado acerca de las noticias que constantemente llegaban a Sevilla desde el otro lado del océano.

Según algunos historiadores, es posible que Cervantes se fijara en una insólita historia protagonizada por un anciano solitario enfrentándose a cientos de piratas ingleses en una lejana provincia sudamericana. Y cabe la posibilidad aún mayor de que usara dicha anécdota a la hora de escribir su libro más famoso años después.

Conozcamos en las próximas líneas al extravagante Alonso Andrea de Ledesma, el Quijote venezolano.

Piratas a la vista

A finales del siglo XVI la ciudad de Santiago de León de Caracas, capital de la entonces Provincia de Venezuela, tenía apenas tres décadas de fundada y estaba lejos de ser la caótica urbe de nuestros días. En palabras del historiador José Antonio Calcaño, la ciudad “era para entonces un pueblo pequeño. Su forma era más o menos la de un cuadrilátero de unos quinientos metros por cada lado. Se podía andar de un extremo a otro de ella en diez minutos”.

primer mapa de caracas
Primer mapa de Caracas, comisionado por Juan de Pimentel

Aquella pequeña villa no se había preocupado por rodearse de murallas defensivas, pues se consideraba que el Ávila, la montaña que separaba la ciudad del mar, cumplía mejor que nadie esa función. No obstante, esto último no resultó del todo exacto a finales de mayo de 1595, cuando Amyas Preston, un corsario al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, arribó a las costas de La Guaira con seis barcos y quinientos hombres.

Cuando la noticia se conoció en Caracas, el entonces alcalde, Garci González de Silva, reclutó a los mejores hombres de la ciudad y se puso en camino para repeler a los invasores. González de Silva optó por enfrentar a los piratas en el llamado “Camino de los Españoles”, una ruta reforzada con fortines que por siglos fue la única vía de comunicación entre Caracas y el puerto de La Guaira. En la ciudad solo quedaron unos pocos ancianos, mujeres y niños. Muchos optaron por recoger sus pertenencias más valiosas y esconderse en los montes cercanos.

camino de los españoles
Imagen actual del Camino de los Españoles. Foto: Johnny Gomes-Flickr

Consciente de la resistencia que enfrentaría en su ataque a Caracas, Preston optó por evitar el Camino de los españoles y recurrió para ello a un prisionero español apellidado Villalpando, a quien amenazó de muerte si no colaboraba. Villalpando le señaló una trocha poco conocida que subía el Ávila hasta Galipán y luego descendía hasta un sector ubicado en la actual parroquia San José del caraqueño municipio Libertador.

amyas preston
Amyas Preston. Ilustración del siglo XIX

Preston logró esquivar las tropas de González de Silva y tuvo la ciudad ante sus ojos el 29 de mayo de 1595. Tras acusar a Villalpando de “traidor” y hacerlo ahorcar en un árbol, el corsario ordenó el descenso a Caracas.

A partir de aquí el relato de los hechos difiere según el bando que la cuente. Una fuente inglesa mencionada por el historiador venezolano Arístides Rojas refiere que Preston se apoderó de la ciudad a las tres de la tarde, “después de un pequeño tiroteo”. Pero autores españoles como fray Pedro Simón y José de Oviedo y Baños refieren un hecho distinto y sorprendente: los hombres de Preston se encontraron ante el espectáculo de un jinete solitario llamado Alonso Andrea de Ledesma, quien se acercaba a combatirlos sin ejército alguno que lo respaldara.

El solitario a caballo

Ledesma había nacido hacia 1537 en la ciudad española del mismo nombre, ubicada en la provincia de Salamanca. Con poco más de veinte años embarcó rumbo a América con su hermano Tomé. Tras llegar primero a Santo Domingo, pasó a la actual Venezuela, donde participó en la fundación de las ciudades de El Tocuyo (estado Lara) y Trujillo (actual capital de la entidad venezolana homónima).

En 1564, Ledesma figuró entre el centenar de españoles que junto a Diego de Losada fundó Santiago de León de Caracas, ciudad en la que nuestro personaje vivió los 28 años restantes de su vida como propietario adinerado y ejerciendo diversos cargos políticos y administrativos: alcalde, miembro del cabildo, regidor y alguacil mayor.

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diego de losada
Diego de Losada según el pintor Antonio Herrera Toro

Su vida hubiera finalizado sin mayores incidentes de no haberse producido la invasión de Amyas Preston. Para entonces Ledesma contaba con 58 años, un anciano para los estándares de aquellos tiempos, lo que quizás supuso una razón de peso para que no formara parte de las tropas que salieron de Caracas para detener a los piratas.

Al estar la ciudad desprotegida frente a los invasores, Ledesma consideró que era su deber defenderla a toda costa, aunque no hubiera nadie más que él para hacerlo. A juicio del historiador Walter Dupouy, el hidalgo quizás recordó que en el escudo de su Ledesma natal figura un caballero solitario sobre un puente. En todo caso, Oviedo y Baños refiere que Ledesma, “aconsejado más de la temeridad que del esfuerzo, montó a caballo, y con su lanza y adarga (escudo) salió a encontrar al corsario que, marchando con las banderas tendidas, iba avanzando hacia la ciudad”.

alonso andrea de ledesma
Alonso Andrea de Ledesma. Detalle del mural «Venezuela», de Pedro Centeno Vallenilla

Cuando Preston contempló aquel espectáculo de un anciano enfrentándolo con valentía, quedó tan impresionado que ordenó a sus hombres que no le hicieran daño y lo capturaran vivo. Pero Ledesma causó varias bajas entre los piratas con su lanza, por lo que no quedó más remedio que matarlo con un tiro de arcabuz en el pecho, “con lástima y sentimiento aún de los mismos corsarios”, quienes sepultaron al caballero con honores militares en reconocimiento a su temeraria acción. Luego, tras entrar en la ciudad y fracasar en un intento de cobrar rescate por ella, los invasores saquearon Caracas durante los siguientes ocho días antes de marcharse en sus barcos.

Meses después, un informe de los hechos redactado por Gaspar de Silva llegó a Sevilla, principal enlace entre España y el Nuevo Mundo y donde por entonces vivía Miguel de Cervantes, como se precisó más arriba. A juicio del historiador Eduardo Casanova, existe una buena posibilidad de que Cervantes haya conocido esa historia y quedado fascinado con su excéntrico protagonista.

Diez años más tarde, el escritor dio a la imprenta la primera parte de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, cuyo carismático caballero andante guarda no pocas similitudes con Ledesma: también se llama Alonso, es de “lanza en astillero y adarga antigua”, frisa “la edad de los cincuenta años”, viste una armadura anticuada y no tiene escrúpulos a la hora de enfrentarse en solitario a horribles gigantes (aunque en realidad éstos sean molinos de viento) o a nutridos ejércitos (en verdad un inofensivo rebaño de ovejas).

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Don Quijote contra los molinos de viento. Ilustración a partir de un grabado de Gustave Doré

«Porque la vida de Ledesma es su muerte. Al morir salvo su alma para la inmortalidad viva de la historia. No hubiera salido, tomado del espíritu del Quijote, al sacrificio estupendo, y las páginas de la historia lo mencionarían como un número apenas entre los valientes capitanes que conquistaron la tierra y empezaron la forja de la patria nueva», escribió en 1951 el ensayista venezolano Mario Briceño Iragorry.

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