Historias Chicas de Caracas: «Las Torres del Silencio» por Don Eliseo
Todo ajetreado y apurado estaba yo aquella tarde camino a una gran librería que quedaba frente a la Plaza de El Venezolano, cerquita de la casa Natal del Libertador cuando estando casi al trote por la esquina del cine Coliseo, me quedé impresionado al ver aquella mole gigantesca en construcción. Solo se veía la estructura de vigas y columnas de acero alzándose altanera hasta casi tocar las nubes.
¡Que maravilla de edificios! Un par impecable para decirle al mundo que los ingenieros, arquitectos y obreros venezolanos podíamos construir rascacielos de esa enormidad.
De golpe se me olvidó el apuro por comprar aquellos cuadernos y libros de texto para completar la larga lista de útiles escolares que nos pedían en la escuela. No tenía mas de un ratico de haberme bajado del autobús circunvalación que me trajo hasta 2 calles de aquí y debía regresar rápido a mi casa al oeste de esta apabullante Caracas y aún continuaba caminando despacito, paso a paso para gozarme este espectáculo de gran ciudad. Al igual que yo estaban grupos dispersos de personas de todas las edades y condiciones; hombres y mujeres bien vestidos, estudiantes de liceo y primaria, viejitos de sombrero y carricitos de cachucha y zapatos de goma, hasta un tullido que venía en una especie de patineta, con tacos de madera en las manos para impulsarse sobre la acera mientras a grito pelado decía groserías para que le dieran paso entre la muchedumbre, mientras alternaba voz mas suave y una lastimosa frase de “Una limosnita por el amor de Dios”. Toda la gente se admiraba de esta obra y con razón.
Sí mal no recuerdo esto pasó a finales de 1952 y tanto me gustó lo que vi que durante los siguientes dos años buscaba cualquier excusa para ir al centro para “inspeccionar” los notables y veloces avances de las torres del Centro Simón Bolívar. Así me fui enterando que no solo se ejecutaban estos grandes edificios; era todo un gran cambio en la zona que lo rodeaba. Ya se habían concluido dos largas edificaciones que forman parte del conjunto, los edificios Norte y Sur respectivamente, con una monumental Plaza Mayor al centro de ambos. Por debajo pasa un túnel de 4 canales que une la avenida Bolívar con la Plaza O´Leary.
Aunque debo confesar que no todas las maravillas modernas que allí se hacían me gustaron. Todavía sigo sin entender porque tenían que demoler esa otra magnífica arquitectura del Hotel Majestic y encima de eso, justo enfrente, tuvieron que “mochar” el lujoso frente del Teatro Municipal, dejándole “chingo” sin la nariz que representaba su loby de acceso principal, Pero bueno, así dicen que es el llamado progreso…
Volviendo a las Torres del Silencio, allí se trabajaba aceleradamente en varios turnos, había que inaugurar el 2 de Diciembre, eso lo sabía su diseñador y destacado arquitecto Cipriano Domínguez; todo estaría a punto para 1954, cuando el General Pérez Jiménez cortaría la cinta tricolor.
Con 32 pisos y varios sótanos de comercios y estacionamientos, sus 103 metros destacarían siempre por su privilegiada ubicación, lujosos acabados de recubrimiento con azulejos importados de Italia, pasamanos y barandales de bronce y aluminio anodizado, todos los detalles cuidadosamente terminados, incluyendo un estupendo mural de la leyenda indígena de “Amalivaca”, versión de nuestros aborígenes de la creación del mundo o génesis; realizado por el brillante artista Cesar Rengifo (En su versión original tenía hasta incrustaciones de oro puro entre los mosaiquillos que lo constituyen).
¿Cómo no sentirse encandilados ante estas maravillas en aquella época de estrechez económica, dentro de una población algo pueblerina como éramos entonces? Así empezó a crecer nuestro nuevo orgullo por ser caraqueños de pura cepa.
Y así también de encandilado (mas bien deslumbrado) estaba yo explicándole a una compañera de estudios que era muy linda, lo que me habían contado de esa gran estructura de acero, que era totalmente anti sísmica con los mas avanzados cálculos de la actualidad. Con ese caletre recién aprendido andaba yo mientras caminábamos juntos por la acera de enfrente, y le señalaba cada elemento en aquellas lejanas alturas lejanas, cuando de golpe y porrazo (como diría la tia Olga) me encontré con un poste que no estaba previsto en mi ruta de improvisado guía por el Centro Simón Bolivar. ¡Justo con la frente fue el cipotazo!
Los libros que llevaba bajo el brazo, el periódico “La Esfera”, el raspadito que estaba disfrutando; todo cayó al lado de mi gruesa humanidad desparramado por el piso. Y lo peor; mi descalabrada dignidad rodó mas allá del brocal en la acera de la esquina de Camejo.
Todavía medio turulato me intenté incorporar y solo logré sentarme en el suelo. Rodeado de los peatones que se detuvieron, no para ayudarme sino para reírse a carcajadas, lo que mas me dolía era el orgullo y la vergüenza viendo que mi amiga lloraba. No de preocupación por el delgado hilito de sangre que me empezó a brotar mas arriba de la ceja derecha, mi compañera reía a carcajadas por el enorme rebote que yo tuve contra el poste. Tanta era su risa que las lágrimas se le salían sin ningún disimulo. Solo un señor mayor se me acercó para, con toda la seriedad del caso, ayudarme a levantar y regalarme unas palabras de consuelo y el consejo de que me pusiera árnica y mucho hielo en lo que llegara a mi casa. Se quedó conmigo por pocos minutos para asegurarse que estaba mejor y recoger el reguero de mis libros.
Evidente que a la desconsiderada muchacha no la invité mas nunca pero ni a un raspadito a la salida del liceo y, la verdad sea dicha ahora que ya pasaron un bojote de años; creo que para los que vieron mi accidentado topetazo, fue muy cómico todo lo que me pasó para los que lo vieron. Casi, casi, imitando las caídas de Harold Lloyd, del gran Chaplin y, mas cercanos a los caraqueños, las de Gabi, Fofó y Miliki; tres célebres payasitos españoles de entonces.
Desde ese día respeto mucho a las Torres del Silencio. Y a los postes también…
Que Caracas aquella, la de mis tiempos!
Don Eliseo