Historias Chicas de Caracas «Las Discotecas de Los 60’s» por Don Eliseo
Es que no pelábamos un fin de semana sin ir a una de nuestras discotecas favoritas y, en algunas ocasiones, a conocer alguna nueva o altamente recomendada por los amigos y cómplices de la nocturnidad en bonches siempre emparejados.
Existían una buena variedad de estilos y niveles de costos, todo relacionado con el tipo de música a disfrutar, desde las mas “Roqueras” hasta las mas “Tropicales”. En muchas de ellas el altísimo volumen del sonido hacía literalmente imposible la comunicación, a menos que le gritaras en la “patica” de la oreja a tu acompañante. Esas nunca nos gustaron, lo que si era uniforme era la absoluta oscuridad, no podías ver nada hasta que las pupilas se adaptaran a la penumbra y en ese momento, de improviso, casi siempre prendían de golpe las luces “estroboscópicas”, los “flashers” y un millar de efectos lumínicos que nos dejaban, de nuevo, totalmente cegatos por encandilamiento.
La fase inicial después de ponernos “pepitos”, o sea bien vestidos y perfumados, era ir a buscar a nuestras parejas y jurarles a las mamás que las íbamos a cuidar y devolver “sanitas” a la hora convenida de antemano. Conste, no bastaba dar un cornetazo o un silbido desde la PB del edificio para que la chica bajara corriendo. ¡No señor! Teníamos que entrar a su casa, saludar y hacer el protocólogo diplomático ante su representante, para que la (nos) autorizara a salir a la discoteca. Confieso que aunque esto a veces me fastidiaba, en el fondo estaba consciente que era lo correcto.
Bueh! En todo caso, por fin nos encaminábamos a la discoteca… ¿A cual? Ah! Esa era el otro debate amigable, cada quien dando sus razones sobre la distancia al lugar, el ambiente, la atención, los costos… (eso era clave), el tipo de música y finalmente el estado anímico entre los pasajeros del “pepón” (cacharro en el que nos trasladábamos).
Las opciones eran muchas; para mí la favorita era El Farito, en la plaza La Castellana, allí también estaban The Flower y La Jungla; en Altamira Blow Up y La Potiniere, El Hipopótamo en Los Palos Grandes (fue la 1ª discoteca de CCS), La Lechuga en el CC La Florida, el Hipocampo en Chacaito, que era de muchos ambientes independientes e incluía música en vivo con el conjunto de Renato Salani, La Eva, en el mismo CC Chacaito; People en el CC Los Chaguaramos, excelente. En fin, siempre teníamos alternativas para gozar un puyero y poder bailar sabroso, podía ser algo muy lento y cadencioso en un ladrillito mientras “pulíamos la hebilla” bailando en un ladrillito, como baladas, blues, boleros o alborotarnos en temas alegres que podían ser “rockeros”, como un twist o de corte caribeño o latino como guarachas, bossa novas, rumbas, etc. Lo importante era bailar hasta el cansancio con una muy buena pareja que supiera llevar el paso con todo el ritmo necesario creando un diálogo de 2 cuerpos en un mismo abrazo musical. ¿Qué maravilla era cuando eso se conseguía y encima de esto podías tener una conversación agradable y fluida!
Las horas pasaban demasiado rápido para lo que estábamos viviendo en esos breves momentos mientras la música sonaba. Se bebía algo, nunca en exceso, nos reíamos bastante, conversábamos entre canción y canción y luego en grupo cuando retornábamos a la siempre minúscula mesa que era la base de operaciones del grupo.
Al final entre los caballeros reuníamos los billeticos para pagar la cuenta (en esa época no existían tarjetas de crédito) y de allí salíamos a comernos unas arepas o cachapas acompañadas de un batido de lechosa o un jugo de fresa y el impelable guayoyo en algún local popular de La Candelaria o Chacao. Todo ello siempre condimentado con buena conversa entre amigos y/o novios en una Caracas tranquila que solo quería el disfrute de sus habitantes en sana paz.
Repartir las muchachas en sus respectivos hogares y de vuelta a casa con la expectativa de que hacer y en donde el próximo fin de semana.
¡Que Caracas aquella, la de mis tiempos!
Don Eliseo